En palabras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la contaminación del aire es uno de los mayores riesgos ambientales para la salud en el mundo”. La calidad del aire exterior es la que se lleva el protagonismo, pero no se debe de apartar la vista de la calidad del aire interior de los edificios, ya que las personas pasan parte de su tiempo dentro de las viviendas y lugares de trabajo.
El aire interior también provoca la exposición a diferentes tipos de contaminantes químicos perjudiciales para la salud, como son compuestos orgánicos volátiles, partículas y metano. El deterioro de la calidad del aire interior se ha visto agravado por la construcción de edificios más herméticos para mejorar la eficiencia energética, provocando que el aire interior se regenere menos y con ello los contaminantes producidos por fuentes internas se concentren en el ambiente. Finalmente, este mismo aire interior terminará siendo expulsado al exterior del edificio mediante la ventilación natural o los sistemas de ventilación de los edificios.
Esquema de ventilación natural de un edificio (Fuente: Siber Ventilacion, www.siberzone.es)
Este hecho sugiere que, para garantizar la mejor calidad posible del aire interior y sus efectos sobre el aire exterior, el control de la ventilación de los edificios y viviendas resulta un punto crítico, buscando la mejor forma de ajustar la ventilación a las condiciones del aire exterior, aumentando o disminuyendo el intercambio en función de la diferencia de concentración de contaminantes entre ambos. Para ello, cada vez más se está llevando a cabo la instalación de sensores de bajo coste en las viviendas para monitorizar la calidad del aire.
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